A un centurión romano se le ordenó entregar un mensaje. Para llegar a su destino, tuvo que cruzar varios terrenos peligros. Uno de los soldados bajo su mando, se acercó y le dijo: “señor, si usted trata de entregar este mensaje, le matarán”. El centurión miró fijamente al joven y le respondió: “soldado, no es necesario para mi vivir, lo único necesario para mi es obedecer”.
La Biblia nos hace hincapié en la virtud de obedecer a aquellos que están en autoridad (Romanos 13:1). Pero el respeto a la autoridad comienza en casa. Mardoqueo enseñó a Ester a ser obediente, –una costumbre que ella tuvo hasta que fue adulta- Fue ese habito de obediencia que hizo la diferencia cuando ella necesitó poner su vida en riesgo por todo su pueblo. (Ester 4:15-16).
Esta clase de obediencia es la que necesita nuestra vida espiritual. ¿Si no respetamos debidamente a aquellos a quienes podemos ver, cómo esperamos que podemos obedecer a Dios, a quien no podemos ver? De la manera como respondemos a nuestros padres, profesores, empleadores, pastores, etc. es un indicador excelente de nuestras actitudes hacia Dios.
Cultive el habito de una obediencia seria. Cuando se le requiera hacer algo que es ético y decente; y que sea consistente con Dios y su divinidad, responda alegremente: “Como para El Señor” (Efesios 6:5-7). Su obediencia a las autoridades será un ejemplo a seguir, especialmente para sus hijos. Su obediencia en los asuntos cotidianos también deja una base que le ayudará cuando Dios le llama a obedecer en situaciones difíciles. Haga de la obediencia un hábito, y usted estará preparado para enfrentar cualquier cosa, sea grande o pequeña.
La clave para alcanzar la santidad, no es más conocimiento, sino más obediencia.