Romanos 10:1-21 Si alguien podría haber logrado la salvación por sus propios esfuerzos, ese sería Martín Lutero. En 1505, cuando tenía 21 años, abandonó su carrera en Derecho y entró en el monasterio, pero no para estudiar teología; su propósito era salvar su alma. Él se entregó a sí mismo a seguir rigurosamente las formas prescritas para encontrar a Dios. Él ayunó, oró, se dedicó a trabajos de baja categoría, hizo penitencias. En su búsqueda de la salvación, confesó sus pecados, incluso los más triviales, hasta cuatro horas enfrente de sus superiores, cansados de la confesión le ordenaron que se detenga hasta que cometa algún pecado “digno de ser confesado”. Fue el más ejemplar de los monjes, sin embargo, no tenía paz. Lutero trató de cumplir las demandas de la Ley de Dios, de la justicia de Dios, a través hacer buenas obras. Pero, él aun no encontraba paz y seguía indagando y preguntándose ¿qué es lo que me hace justo delante de Dios? ¿Qué tipo de buenas obras pueden venir de
Actualidad del ministerio misionero de la familia Luzuriaga en Ecuador